Ansiedad y neurología (Charla)

 


Ansiedad desde el punto de vista neurológico





Información sobre la ansiedad y su impacto en el cerebro

La ansiedad es una emoción o respuesta fisiológica que experimentamos ante situaciones que percibimos como amenazantes o estresantes, aunque en realidad no lo sean. Puede manifestarse a través de pensamientos negativos o irracionales, síntomas físicos como tensión muscular y alteraciones del sueño, entre otros.

Existen diferentes tipos de trastornos de ansiedad, como la ansiedad generalizada que se caracteriza por preocupaciones excesivas, o los ataques de pánico del trastorno de pánico. La ansiedad social también es común y se manifiesta por miedo en situaciones sociales.

Para hacer frente a la ansiedad, la neurociencia recomienda identificar y reemplazar los pensamientos irracionales que la disparan. Asimismo, es importante establecer una rutina que brinde estructura y previsibilidad, ya que la incertidumbre también genera malestar. Otras técnicas son la relajación para contrarrestar la respuesta fisiológica de estrés, y aprender a ver el estrés como algo positivo que nos permite afrontar mejor las demandas de la vida.

En resumen, la ansiedad es una respuesta normal ante situaciones estresantes o amenazantes, aunque a menudo se dispara por pensamientos distorsionados. Mediante técnicas cognitivo-conductuales como identificar dichos pensamientos y establecer rutinas, podemos aprender a gestionarla de forma saludable.

La ansiedad desde una perspectiva neurológica se origina por la activación del sistema límbico del cerebro, el cual incluye estructuras como la amígdala y la corteza prefrontal.

Cuando estamos ante una situación que percibimos como amenazante o estresante, bien sea de forma real o imaginaria, la amígdala se activa rápidamente lanzando una señal de alarma al resto del cerebro y al organismo. Esto dispara la respuesta de lucha o huida a nivel fisiológico, aumentando la frecuencia cardíaca, la presión sanguínea y los niveles de cortisol.

Paralelamente, la corteza prefrontal, encargada de procesar la información de manera racional, queda inhibida. Esto hace que primen los pensamientos automáticos negativos y distorsionados, así como las emociones de miedo y preocupación.

Cuando la ansiedad se vuelve crónica, se produce un desequilibrio en la comunicación entre la amígdala y la corteza prefrontal. La primera tiende a sobreactivarse de manera exagerada ante estímulos que en realidad no representan peligro, mientras que la segunda no logra regular adecuadamente la respuesta emocional.

Mediante técnicas como la terapia cognitivo-conductual y la meditación, es posible reentrenar al cerebro para que la corteza prefrontal nuevamente juegue un papel moderador sobre la amígdala. De esta forma se reducen los síntomas de ansiedad y se aprende a gestionar mejor las emociones.